sábado, 28 de febrero de 2009

FINALISTA 4: CONCURSO NACIONAL DE CUENTO TIMBIO-CITY

EL ABRASO DEL SILENCIO

Todo empezó con el sueño de Camila, ella dormía en su quintaesencia y se vio en un claustro con arcos altos y balcones en sus ventanas, cual museo que recoge la historia de inquisidores, de actos de rebelión indígena, donde la silla de madera tenía la talla de la rana que canta en la laguna; tiempo seguido su vestido blanco lo alzaba el viento y al bajar las manos para cubrirse se vio en arena marina, blanca y fresca, justo cuando el sol se ponía, al subir la mirada estaba en una plaza de toros o un antiguo coliseo, sin ruido y sin sacrificio, y pensaba en él sin raza, sin ciudadanía, su corazón lo reclamaba como la voz de la sangre de Abel que imploró a Dios justicia. En la boca tuvo esa benigna sed que hace sentir de dentro a afuera, de afuera a dentro como un remolino. Al levantarse pensó que era una espiral inconclusa, en algún lugar la justicia del alma y del cuerpo le esperaba, tras los bastidores de un teatro, detrás del muro que abrasa el silencio donde los besos relampaguean.

Camila buscaba trabajo por un corto período con el fin de irse a un Festival de arte del pueblo de sus abuelos, que por mucho tiempo quiso conocer y ahorro peso tras peso para ir allá, ahora para no quedarse sin cinco necesitaba trabajar al menos tres meses y muy oportuna la vecina María Juana le recomendó hacer una labor de oficina en la empresa donde trabajaba Julieta su hija.
Volvió a la realidad; revisar documentos, escribir con rapidez, buscaba datos como si se tratara de la guaca que escondieron bajo el árbol frondoso en un húmedo bosque, armaba collares de números hasta que los ojos se le volvieran chiquitos. Un tanto de fatigas, llegaba a casa a las nueve de la noche a leer poemas, acompañada de un jugo o un vaso de leche. Jugaba a ensoñar cada mañana con él que estaba tras ese muro absorto, ella estiraba los brazos en el intento de hallarlo cual aguacero que la empara de fuerza para emprender la marcha.

Él es un guijarro con las vetas características de su infancia; de trabajos forzados, su textura lisa, frágil y fuerte, a la misma vez que hermoso, su hermosura no es de aquellas de revista, su belleza está en sus manos laboriosas, en su almizcle de viajero, en su sosiego que calla penas hondas. No supe su nombre, ni su raza, bien pudiera ser un árabe por su nariz ancha, o un egipcio nieto de Agar, o perteneciente a una de las doce tribus que halaba bloques de piedras para construir ciudades amuralladas igual que esclavos, o el hijo negro de Noé. Él digamos, el Mestizo decidió tomar un descanso de su exceso de trabajo, casi era una huida, dijo visitaría a parientes por toda la región del este y atravesaría el desierto en nueve días, que resultaron en dos porque estaba acostumbrado a un ritmo acelerado como máquina robótica o uno de esos arquetipos que procesan datos.

A Camila se le llegó la hora del viaje, en esos trayectos hacia la cultura, ella siente las ansias por el asombro, porque ubica un objeto de su deseo que la maravilla, sus ojos perspicaces saben de la sal que se pega en los billetes, en los papeles, el toque justo de la sal en la sopa, en la ensalada, lo salobre cuando se prende el fuego, y de la miel. ¡Oh¡ ¡la miel! que se escurre entre los dedos, la miel que sana los labios intensos, la miel con las frutas, la del cuero del tambor y del dolor y el olor dulzón de los muertos. El Mestizo también sabe del arcoiris, de la esperanza de la piel vencida que encierran los lienzos, los libros, las sombras que bailan, el eco en lo alto de la montaña con su voz en cuello que te vuelve filigrana.

Él sin saber a donde ir, porque las visitas le fueron breves, al ver a sus familiares con tantas necesidades, les dejó una pequeña contribución y se fue. Ahora cargaba una tula de pretensiones que tiritan y caminan cual procesión de hormigas con sus hojas verdes. Dudaba si ir al pueblo que circunda la sierra o regresar a casa. Tomó el tren, ya caída la noche se durmieron las ansias con él, ahora soñaba que compartía una cama desconocida con una mujer, ambos estaban acostados y eran medidos por unas manos de costurera quien les dijo: son iguales señalando su pecho, son iguales señalando su vientre. En el sueño no había rostros ni dedos de los pies. Llegada la mañana él decidió arribar al pueblo de Taua* con callejones empedrados, allí las casas están pintadas de colores vibrantes, los balcones cuentan lamentos y hablan de besos de mil setecientos.
La noche anterior Camila se instaló en un hostal con arcos y balcones, salió a recorrer las calles y se sintió feliz al ver la algarabía de gentes de todo el mundo, con la frescura particular de la arena en los pies, de las olas mojando la calma.

Esa mañana fue después del desayuno que casi no digiere porque algo le faltaba, dijo un sortilegio con los ojos cerrados y en voz alta: cuando salga a la puerta espero llegues mariposa que me embriagas. Con el agite de un colibrí se asomó a la puerta y el Mestizo se aproximaba con su maleta. Se reconocieron con la mirada, los abrasó el silencio cuando se tocaron; fueron una pluma suspendida en el aire, una gota de agua, desde entonces parece que nada les falta.
¿Lo ven? Ahí viene el niño dando saltos de dicha, con sus pequeñas manos va a tocar la flauta.

*Taua: ciudad antigua.
Carolina Varela López. Amatista.
Calle 26 A nº. 40 B 41 Cali Valle Tel.3724021 . carolvarela@msn.com

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