domingo, 12 de abril de 2009

LA PITONISA

POR: MARCO ANTONIO VALENCIA CALLE
(CUENTO)

Esta mañana he ido donde la pitonisa que escarba mis días en el sol de mis entrañas. Y me ha de una, sin preámbulos ni disimulos, que esa mujer del carro blanco no me conviene. Que si meto el dedo en su cuerpo, abriré el dique de un río turbio, lleno de corrientes violentas y rápidas que jamás me dejarán escapar.
Esa mujer, me dice, espantando el humo del tabaco de su rostro para que pueda verle los ojos amarillos y ensangrentados, es la perdición de tu alma. Si pones tus ilusiones sobre su pecho y vuelves a beber en su compañía, caerás en un hechizo para el cual no hay remedio, ni brujos, ni antídotos. ¡Te lo advierto!
Quiero preguntar algo, pero no me deja, toma mi mano, me señala una línea y con voz de ultratumba me dice, ¿ves esto?, es un corte de peligro, esta liniecieta de aquí, es ella. Y en ti esta continuar con tus días mediocres de felicidad, o cruzar la vida, y partir tu destino dejándote seducir por la incertidumbre de una aventura sin ojos. Y Lo peor, mi muchacho, es que puedes elegir. Pero ni lo pienses. Sencillamente no la vuelvas a ver. Olvídate de ella, vuela por otras montañas otros mares, otros amores. Allí donde alguien pensó triunfar han muerto decenas. Nada, ni nadie puede contra esta hechicera insaciable de amores arrebatados. Déjale esos heroísmos a otros. Además, no te salvaras, quedarás incinerado allí, entre su vagina y sus historias.
Hoy, todavía tus ángeles te han sostenido, y han evitado la caída. Tus ángeles están despiertos desde entonces, cuidándote, en vigilia, pero ya flaquean, y si los embrujos vuelven, ya nada detendrá tu caída en la cama de esa historia terrible. La hechicera es poderosa y sabe que tiene que vencerte, atraparte, llevarte consigo como un trofeo. Huye. Simplemente huye, entes de que sea tarde. Y no te puedo decir más, ni dar respuestas. Págame lo que quieras, hasta luego.
Y me dejó solo, en medio de un cuarto con piso de barro y paredes de bareque llenas de telarañas en todas las esquinas, y matas secas encima de los armarios. De ropa colgada en cabuyas sobre la cama y un racimo de plátanos a un lado de la mesa. El olor a eucalipto se confundía con el de hierbas y otras ramas que desconocía. Un gato me miraba desde la oscuridad de un rincón. Sabía que era un gato por sus ojos de diablo que asustaban en la penumbra. Del techo colgaban ollas, cueros disecados y creo que hasta un murciélago de ojos abiertos hacia su siesta por ahí.
Salí del cuarto y tuve que cerrar los ojos porque el brillo del día me lastimó. Había un barranco y algo me empujaba hacia él. Siempre me pasa. Un espíritu burlón me empuja, me toma del cuello y quiere divertirse conmigo viéndome volar y destartalado al final de cualquier abismo. Pero no, no es el momento. Y me pregunto: entre el abismo de ahora y el que me señala mi pitonisa, ¿cuál es peor?
La mujer que me espera, desde el carro blanco, saca la mano, y me hace señas para que vaya rápido.

1 comentario:

Claudia dijo...

Me gustó. Aunque me habría gustado más que la historia hubiese sido más larga, que nos relatara un poco más antes de saber que la mujer lo está esperando afuera.